El Faro

El Faro

Esperaba impaciente a que se hiciera de noche. Tenía fama de bueno en su trabajo, llevaba allí años y años, guiando a los barcos cuando el sol se ponía, diciéndoles donde estaba la costa, donde estaban aquellas rocas.  Los marineros de la zona decían que no sólo era su guía en las noches de temporal, cuando nadie sabía donde estaba nada, sino que era como una madre, como una esposa, que velaba por ellos, que les indicaba el camino a casa.  Pero nada sabía nadie de sus sentimientos.                                      

Aquella noche el farero pensó que estaba loco, o, al menos, enfermo.  Cuando subió las escaleras, al caer el sol, para comprobar que todo estaba dispuesto la escuchó. Fue una voz tenue, suave. Se asustó, allí no podía haber nadie. Se volvió y tras de él  sólo había una escalera vacía. Subió y todo estaba solo. –Vamos, enciéndeme, por favor.

 Se sentó en el suelo, junto a la linterna, pasó su mano por la frente,  limpiándose un sudor que no tenía, buscando un indicio de fiebre, de malestar.  –Por favor... enciéndeme... falta poco para que venga-  Se levantó lentamente, su miedo empezaba a convertirse en una atracción imposible de frenar. Se acercó a la inmensa óptica, miró hacia todas partes... pero no había nadie, estaba a solas con su faro.

 -¿Quien eres? –preguntó sin saber bien a quien.  Y la respuesta lo dejó frío. – Soy tu faro-  Es de locos, pensó, un faro no habla. Pero su faro le estaba hablando, y él no estaba loco.

 -Enciéndeme, por favor, dentro de nada ella vendrá, paseará por la playa, mirará nuestro mar... y yo necesito verla.  Es una mujer... tú la conoces...-  ¿estás hablando, tú puedes hablar? - El viejo farero no entendía nada.  Después de  media vida allí, en la soledad del faro cada noche... lo estaba oyendo hablar. 

 Se encendió la linterna y  el haz de luz comenzó su interminable andadura, su giro sobre la torre.  Y el faro siguió hablando, y el farero escuchando.

 -Que relativo es todo, amigo mío. Cada tarde tú vienes a comprobar que todo está en orden, a darme vida. Ellos me ven de noche, me miran y se sienten más tranquilos, pero de día no se fijan en mí... entonces yo les veo, en el puerto, navegando... los veo alejarse, los veo venir, pero ellos no me ven, no me miran...

 Desde fuera mi luz es un destello que apenas dura un segundo, una luz que se enciende de repente en mitad de la noche para volver a apagarse... pero no es así amigo mío. Mi luz es una luz que no cesa, está encendida toda la noche, no va y viene, y tú, solo tú, mi viejo farero, lo sientes así.  Quiero iluminar a todos, pero no puedo, quiero verlo todo, pero no me dejan... incluso a ella tengo que verla  poco a poco.

 Gracias, amigo, por encenderme cada anochecer, por hacerlo aquella en que la vi caminando por la playa, descalza.  La iluminé de repente, como lo ilumino todo, y di la vuelta buscándola. Allí estaba, dejando que el agua del mar besara sus pies.  Las primeras noches sólo la observaba... pero ahora necesito verla.  Envidio esa agua que llega hasta sus pies, esa arena que ella mira y que pisa... esas caracolas que recoge y acerca a su oído para oír el mar que tiene junto a ella.  Si yo fuera caracola por un momento, no le daría los sonidos del mar.  Cuando me acercara a su oído le hablaría de mi soledad, de mi amor por ella, de lo largos que son mis días esperando la noche para verla... si yo fuera caracola, amigo farero, le diría un te quiero muy bajito muy bajito, tan bajito que casi no lo oyera, para que tuviera que acercarme más a ella, para poder oler su olor, para poder sentir su piel, como la sienten la arena y el mar...

 Me he enamorado, amigo mío. Ya ves... yo, un faro... pero si tú la vieras...puede que también, a tu edad, te enamorases.  Alguna tarde ha venido, a mirar el mar. Se sienta en la playa y deja que su mirada se pierda a lo lejos... buscando no sé que.  Pero cuando más me gusta es de noche, porque sé que ella, entonces, me mira.

Una mañana vino hasta aquí, ¿recuerdas?... estuvo paseando junto a mí, me miraba... y al final llamó y tú la dejaste entrar... ¿la recuerdas?... si hombre... es imposible olvidarla... aquella noche di más luz que ninguna otra... ella había estado aquí... viéndome por dentro.  ¡Que pena que no viera también por dentro de lo interior, por dentro de lo más dentro!  Pero no sé, igual se hubiera asustado... ¿te imaginas, descubrir que un faro te ama? 

 Ella no lo sabe... pero cuando la ilumino de noche le hago guiños...no sabe que la espero, que las noches que no viene casi no tiene sentido estar luciendo... si, ya se que debo hacerlo, que les hago falta a otros... pero ella me hace falta a mi. 

Tú, amigo farero, ya lo sabes, enciéndeme cada tarde,  tengo que verla  cuando llegue, tengo que hacer que me vea... tengo que llegar a ella y acariciarla con lo único que puedo hacerlo: con mi luz, con la que tú me das...

¡Que triste es, viejo farero, ser faro y estar enamorado de una mujer!

Modificado por última vez en Martes, 21 Abril 2020 16:41

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