Yo, muchas veces, envidio a mi faro, porque tu mirada llega hasta él cada noche, porque te asomas a tu ventana y lo ves, y yo quisiera sentir igual que él la caricia de tu mirada en mi piel cada noche. Yo envidio a su luz, porque se escapa, y vuela, y llega a tu habitación, y rodea tu cuerpo, y lo cubre y lo baña de besos. Lo abandona un instante y regresa en un ciclo lleno de llegadas, despedidas y llegadas, y cada reencuentro es una pasión desatada, vivida en cada segundo, porque la cita es inmensamente breve, y cada despedida es el comienzo de un corto camino que la lleva otra vez hasta ti.
Ojalá yo fuese esa luz, ojalá fuese al menos la sombra que proyecta, para quedarme un segundo en la habitación contigo, para fundirme a ti cuando la luz se va, para estar pegado a tu espalda cuando miras el faro, para estar unido a tu pecho cuando das la vuelta y regresas a tu cama.
Yo, esta noche, envidio más que nunca a la luz de mi faro.