DONDE DUERME TU LUZ

¿Quién diría que me matarían unas nubes de mierda que a la tarde parecían pasajeras? Sabía de la sudestada y las alertas, pero la siesta me largó confundido, medio muerto. Ahora con la oscuridad y la lluvia de frente lo único claro para ver son los errores pasados. Cerrar los ojos quizás sea la única manera de poder ver. Poco se puede hacer para no perder la calma, de nada sirve culparse, solo queda seguir, ubicarse y buscar como volver.

Venía retrasado en adelantar el horario de caminata. Ya con poca luz y menos calor, lo acompañaba en ese fin de otoño una angina que alteraba sus urgencias. Se demoró en cerrar la reja esperando que el perro salga, mientras este solo le siguió el caminar apenas levantando el hocico hasta que desapareció del jardín. “Perro de mierda pensaba, después de tantos años… nunca se termina de conocer a alguien al final”.

En la superficie del picado mar subiente, las gotas chapotean arrastrándose por el viento. La lengua se agria de mezclar espuma, lluvia y marea. El viento en contra me cierra caminos, la tormenta me cierra los ojos, me impide la vista. Algo debe haber adelante porque el viento golpea con menos fuerza. La tierra es más pesada, debo estar cerca de los médanos. El viento sifonea ráfagas.

QUIERO SER ELLA.

 

Algunas veces,  en anocheceres como este, yo envidio a mi faro y a su luz.  Algunas veces, al atardecer, subo a lo más alto, y me asomo al balcón, y pretendo ver las mismas cosas que él ve, y quiero que todos me vean a mi igual que ven su silueta.

 

  Algunas noches me asomo a la ventana que está a mitad de camino entre el suelo y la estrella que es su linterna, y miro la luz que sale de ella, y quisiera llegar donde llega esa luz, y tocar las cosas que ella toca, y que me vean igual que la ven a ella, pero yo no soy el faro, ni me ven, ni veo las cosas que él ve, ni llego cada noche donde llega su luz.

EL LOCO DEL FARO

                Era una fiesta cuando cada  noche se encendía la luz del faro a la distancia. Esperábamos ese momento con ansias  hiciera calor o frio, hubiera tormenta o el viento azotara impiadosamente nuestros rostros. En ese momento mis hermanos y yo aplaudíamos vigorosamente  y nos quedábamos afuera de la casa  hasta que la luz hubiese dado su giro entero .¡Qué felicidad saber que una noche más el loco del faro estaba allí moviendo las manivelas para que el cielo de la noche se encendiera y guiara los barcos que surcaban el mar  más abajo! . Inútiles eran los gritos desde la casa para que volviéramos adentro. No, había que esperar la vuelta entera para saber que efectivamente el loco estaba allí  haciendo su tarea. Más tarde, después de la cena nos acostábamos y en susurros  nos relatábamos historias  imaginando lo que hacia  el hombrecito trabajando toda la noche mientras nosotros dormíamos. Inútil era proponernos no dormir y salir de madrugada a esperar la última vuelta antes de que se apagara y no brillara hasta la noche siguiente. El sueño siempre nos vencía.

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